AQUí YACE LA MUERTE
González Urizar
Aquí yace la muerte: su lirio desolado,
su llama de luz verde, sus pétalos de cera.
Soy luna de su alberca, alcor de su majada,
ramaje de sus frutos y vino de su fiesta.
La muerte con sus hondos azúcares de marzo,
sus cálices de gracia, sus pianos imposibles,
se viene por los meses, golpea en la quijada,
abre llaves de sangre, quiere abatir la sombra.
La muerte, buhonera de máscaras y tropos,
de nubes y guirnaldas, descalza por el bosque.
Los sueños son sus arcas, otoño su venablo,
y su cortejo un trémulo rumor de mandolinas.
La muerte es fuego y opio y nieve y aire lejos .
Su reino una isla muda donde el oro no cuenta.
La fuerza de su abrazo destroza cuanto toca,
nos separa de todos los dones que tuvimos.
Hasta la poesía: sus huesos invisibles
entierra para siempre en una voz inmóvil.
Se pudre su memoria desnuda a la intemperie,
se llueven sus cenizas entre los tiernos brotes.
La muerte tiene dedos de aguja, labios finos
como la dulce raya del día en los cipreses.
Sus ácidos nocturnos queman todo lo puro:
amanecen espumas, despojos, uñas, dientes.
Herido por sus armas caigo a los pies de mayo
y dura como el ónix mi copa se deshace.
En un adiós a nadie se apaga mi resuello
y lloran los laúdes bajo un cielo amarillo.
Entonces tuerzo el cuello de toro irremediable,
pliego mis alas turbias, a mi raíz me inclino.
La noche me recibe, badajo en su campana,
y solo en una charca de lumbre me hago olvido.
González Urizar
Aquí yace la muerte: su lirio desolado,
su llama de luz verde, sus pétalos de cera.
Soy luna de su alberca, alcor de su majada,
ramaje de sus frutos y vino de su fiesta.
La muerte con sus hondos azúcares de marzo,
sus cálices de gracia, sus pianos imposibles,
se viene por los meses, golpea en la quijada,
abre llaves de sangre, quiere abatir la sombra.
La muerte, buhonera de máscaras y tropos,
de nubes y guirnaldas, descalza por el bosque.
Los sueños son sus arcas, otoño su venablo,
y su cortejo un trémulo rumor de mandolinas.
La muerte es fuego y opio y nieve y aire lejos .
Su reino una isla muda donde el oro no cuenta.
La fuerza de su abrazo destroza cuanto toca,
nos separa de todos los dones que tuvimos.
Hasta la poesía: sus huesos invisibles
entierra para siempre en una voz inmóvil.
Se pudre su memoria desnuda a la intemperie,
se llueven sus cenizas entre los tiernos brotes.
La muerte tiene dedos de aguja, labios finos
como la dulce raya del día en los cipreses.
Sus ácidos nocturnos queman todo lo puro:
amanecen espumas, despojos, uñas, dientes.
Herido por sus armas caigo a los pies de mayo
y dura como el ónix mi copa se deshace.
En un adiós a nadie se apaga mi resuello
y lloran los laúdes bajo un cielo amarillo.
Entonces tuerzo el cuello de toro irremediable,
pliego mis alas turbias, a mi raíz me inclino.
La noche me recibe, badajo en su campana,
y solo en una charca de lumbre me hago olvido.
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